La etapa más desconocida en la
vida del Venerable Dr. José Gregorio Hernández fue como Cartujo. Es una paradoja
que un hombre de ciencia, culto y muy
exitoso en su profesión quiso morir al mundo, para ingresar a la más rigurosa clausura.
Donde el silencio es el compañero perfecto para conocer a Dios. Los Cartujos es
una antigua orden, donde pensó vivir su ideal cristiano. En 1908 partió al monasterio La
Farneta ciudad de Lucca (Italia) y por diez meses lucho, pero era torpe con las labores agrícolas y artesanales, para colmo su cuerpo era muy débil para
soportar el clima de Europa. Sin embargo, su espíritu era a toda prueba la de un Santo, pero
Dios no lo eligió para estar enclaustrado. Lloro al salir de su
dulce paraíso en la tierra, por recomendación
de su superior.
En 1909 ingresa al Seminario Metropolitano, intenta seguir a Dios como Sacerdote, pero entendió al poco tiempo que no respiraba su alma, su espíritu estaba inquieto. Finalmente en 1913 intento por tercera vez, ahora en el Colegio Pío Latinoamericano de Roma, pero Dios no lo eligió como Sacerdote; nuevamente
por motivo de salud le saca del
seminario.
Los únicos fracasos que tiene en su vida, fueron esos tres intentos para seguir de la forma más radical a Jesús. Acepto la voluntad de Dios y una
vez en Venezuela retomó sus actividades como docente y Doctor. Como Franciscano
Seglar vivió hasta el día de su muerte en oración, penitencia, sacrificios y pobreza. Elaboraba sus trajes, ejerció la medicina para servir y no para enriquecerse a expensa de la enfermedad y el dolor de sus pacientes. Cobraba por sus consultas la misma tarifa a ricos y pobres, precisamente eran los pobres sus pacientes consentidos; les daba dinero para que adquiriera muchas veces alimentos y los medicamentos que le prescribía. Por eso Dios elige a seres extraordinarios para dejar
confundido al mundo.
“Ustedes no me eligieron a mí; he
sido yo quien los eligió a ustedes y los preparé para que vayan y den fruto, y
ese fruto permanezca. Así es como el Padre les concederá todo lo que le pidan
en mi Nombre” (Jn. 15,16)
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